miércoles, abril 08, 2015

Empatía

Mi mente y mi cuerpo hace un tiempo que andan distanciados. Están peleados, pero no tienen más narices que convivir en el mismo espacio, como una pareja que lleva casada toda la vida y que, de repente, abandonó el estado de "días de vino y rosas" para un buen día comprobar, lastimosamente, que ya no se reconocen el uno al otro.

 Mi postura al respecto de este desencuentro siempre ha consistido en intentar adaptarme al medio, aunque, como rezan las calificaciones de la nueva-vieja-extinta ley de enseñanza, estoy "en proceso" de adaptación.

Ayer, sin ir más lejos, la tarde prometía ser excelente. Después de arreglar algunos contratiempos de salud (pulmones, bronquios, demás aparatos internos medio estropeados) la semana pasada ya había empezado a correr, más bien a trotar, unos cuantos minutos. Y me sentía bien, con mis zapatillas nuevas y mi artilugio de control cardiaco - gps - mira satélites - y no sé qué más cosas puede hacer.

También me motivaba el recuperarme justo a tiempo para comenzar un ciclo de iniciación a la carrera a pie de mi equipo (me resisto a llamarlo  "running", si tengo tiempo escribiré esta entrada en inglés y entonces sí que emplearé esa palabra). 

La temperatura era fenomenal, un solecito de primavera que no molestaba, sino todo lo contrario. Empiezo a trotar por el cauce del río y compruebo que hay un pequeño tramo de camino nuevo que quieren dar a conocer como "circuito de running", una manera como otra cualquiera de segregar espacios públicos y, sospecho, un intento de obtener rédito político al fenomeno correril. Lo cierto es que, en mi recorrido por esos 200 metros inaugurados, tan sólo me crucé con dos chiquillas en patines y una señora paseando al perro.

Conclusión 1 - los espacios públicos siempre acaban autogestionándose

No debía ir tan mal de fuelle para que me diera por pensar en estas cuestiones urbanas, el ritmo que llevaba era tranquilo (no estoy para más, por otra parte); así que cumplí sin problemas con los 20 minutillos de calentamiento antes de ponerme a hacer lo que, según el plan de entrenamiento, debían ser unas series de 100 metros. 

Es aquí cuando viene el primer punto de giro de la historia

Completé las dos primeras series sintiéndome bien, mi cabeza iba controlando la secuencia de zancadas y mis piernas parecían obedecer, la respiración era fluida y acompasada, todo parecía tan bonito y extraño a la vez, hacía tanto tiempo hacía que no sentía el viento en la cara, !estaba corriendo de nuevo!

Respiré durante un par de minutos, contento por anticiado, ya que iba a resolver ese primer entrenamiento, y me dispuse a completar la última serie. Me sentía incluso mejor que en las anteriores, braceo y alcanzo lo que se conoce como "velocidad absurda", sonrío cuando quedan unos pocos metros para terminar. Es entonces cuando mi cerebro detecta que algo va mal, da la orden de reducir pero es demasiado tarde. La pierna izquierda, abrumada por esas sensaciones atléticas recuperadas, decide que no está para esos trotes y me dedica un latigazo a la altura del muslo que lo deja inservible. 

Es bien sabido que detrás de un paso tiene que venir otro, en caso contrario te caes al suelo. Pero, como he señalado antes, el muslo decidió que hasta ahí había llegado, la pierna izquierda se quedó en el aire sin completar su trabajo y, bueno, la gravedad hizo el resto. 

Estaba a un kilómetro y medio de mi casa, en pleno parque de Mislata. Quiso la casualidad que, además del tremendo costalazo que me di, otro acontecimiento inusual se diera en ese mismo lugar y en ese preciso instante. Una chica de unos veinte años, única testigo de mi caída, estaba recibiendo la llamada de Telecinco para participar como tronista en "Hombres, mujeres y viceversa", hecho que, sin duda, iba a cambiar su vida y convertirla en un despiporre de fama, gloria, laca y billetes de veinte euros.

Supongo que la llamada que atendía tendría ese nivel de importancia porque, en otro caso, no entiendo como pudo asistir a mi caída, mi posterior semi desvanecimiento y mi intento (al final completado) de agarrarme a la verja del parque, sin mover un músculo siquiera.

La empatía es un valor a la baja en estos tiempos, por lo visto.

Con gran habilidad había olvidado el móvil en casa, por lo que nadie iba a venir a recogerme. Suerte que, no sé si por la adrenalina o porque no me quedaba otra (tenía que trabajar), pude poco a poco regresar a casa, imitando con mis andares aquel sketch de los Monty Phyton del Ministerio de los Andares estúpidos (si no lo has visto, lo tienes en youtube)

Resultado del entrenamiento - Rotura fibrilar + magulladuras + ego herido + incredulidad

Conclusión 2 - reposo, y tras la curación, a intentarlo de nuevo.

PS - Vale, no hace falta que busques el sketch, ya te lo enlazo aquí...