martes, junio 12, 2012

Dejar marchar

De todas las cosas que nos toca hacer en el día a día, muy pocas son extraordinarias. Somos animales de costumbres.
Lavarse los dientes, hacer la cama, preparar el desayuno, cerrar con llave, saludar al vecino.
Podemos hacer todo esto sin prestar atención. Porque, a veces, no tenemos el cerebro en nuestra particular "caja de la nada", si no que nos da por pensar en nuestras vivencias, qué hemos hecho bien, qué nos espera mañana, qué nos merecemos y qué no nos merecemos (eso lo pensamos aquellos que tenemos ética).

Reconozco que una de las cosas que más me cuesta hacer es dejar marchar, renunciar. Por mucho que sepa que a veces es mejor virar el camino y echar el remo hacia otro lado, que por allí no voy a ningún sitio, que el barco se hunde y ni soy una rata ni el capitán, me cuesta terminar los capítulos (sobre todo si he rebasado con creces la fecha de entrega)

Creo que lo estoy haciendo bien estos días, estoy recuperándome, hago caso a los doctores, hago mis ejericicios, intento portarme bien, mi cuerpo me obedece a ratos cada vez mayores.

Pero ser tan cabezón a veces no conviene, o igual sí, no lo sé.

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